¿Por qué dibujamos? La comunicación es un ejercicio tan moldeable que nos anima a explorar cualquier fuente, y nuestras líneas, las huellas que dejamos sobre toda superficie al incidir en ella, son uno de los primeros intentos que emprende el ser humano por dejar constancia de algo. Siempre aclaro a mis alumnos que todo el mundo puede dibujar. Desde pequeños, la fascinación por los trazos, erráticos al principio y paulatinamente controlados con el paso del tiempo, empuja a los niños a relacionarse con su entorno de la forma más lógica: representándolo. Las primeras fases del dibujo infantil se centran en el conocimiento de uno mismo, en la consciencia del "yo" como centro de todo, y a ese mandala precioso se le van uniendo cada vez más compañeros de viaje: la familia, el hogar, los espacios que rodean a ese hogar, el suelo, el horizonte... Si ese ejercicio de comunicación no se interrumpe, el dibujo crecerá con el individuo hasta acompañarlo a la preadolescencia, momento en el cual el pensamiento abstracto empieza a identificarse preparando al cerebro para la profundización en numerosos campos del conocimiento. A partir de ese punto de inflexión, las representaciones gráficas se vuelven más complejas e íntimas. El interés por las diferentes técnicas plásticas se acentúa y, de algún modo, la capacidad para analizar y reinterpretar las ideas en un lenguaje gráfico experimenta una evolución sin precedentes.
©Susana Téllez Montoro 2023 (Texto e ilustraciones)